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5 jul 2011

TIEMPO DE CEREZAS

En un pequeño pueblo de la Costa Brava, pasaba sus veranos una niña de ojos azules. A la pequeña le gustaba bañarse en el mar, tumbarse en la arena, mirar estrellas y la ensalada de manzana de su abuela. Pero lo que más le gustaba era comer cerezas. Quizá por eso, el verano era su época preferida del año.
La pequeña se llamaba Daniela.

Mientras Daniela iba creciendo, también crecía otra de sus pasiones: leer. La madre de Dani, trabajaba en una biblioteca de la ciudad, pero al llegar el verano, colaboraba en la del pueblo porque era una mujer muy activa y no soportaba pasar horas sentadas en el sofá. Fue ahí, donde Dani, descubrió que leer era otra de las cosas que más le gustaban.
Dani sólo quería ser dos cosas cuando fuera mayor: astrónoma y escritora.
Mientras otras niñas querían ser cantantes, actrices, famosas en general; Dani quería mirar estrellas y escribir aventuras.

Podría decirse que Daniela era una niña feliz sino fuera porque todos tenemos una espinita en el corazón. La espina que le hacía sangrar, era su padre. Dani a penas lo recordaba. Se había marchado cuando ella era muy pequeña todavía; sólo sabía, que aquel día de gritos, también hubo platos rotos. Platos con sopa.

Con esa inseguridad que crecen algunos niños a los que les falta un progenitor, Daniela creció.

Una de las características que más cautivaba de ella, era su sonrisa. Nunca dejaba de sonreír. No importaba la situación, el momento del día, la compañía; Dani siempre tenía una sonrisa para el que la necesitaba.
Una vez, incluso, tras un pequeño accidente, Dani salió del coche y le dijo al policía que se acercaba alarmado:
—¡Estamos bien! -dijo con su habitual sonrisa.
Cuando todos los papeles estaban arreglados, el policía se acercó a saludar a su madre y le dijo a Daniela:
—Pequeña, no dejes de sonreír nunca. Ha sido increíble como en ningún momento has dejado de hacerlo.
La respuesta de Dani fue obvia. Una sonrisa.

Pero bueno, estábamos en que Daniela ya había crecido. Daniela ahora tenía unos quince años. Una edad muy bonita para el que la ha pasado. Pero para ella estaba siendo una pequeña tortura.

No entendía, como de la noche a la mañana; ella, que era uña y carne con su madre, ahora no dejaban de pelear. Encima le molestaba que siempre fuese ella la que debía pedir perdón. Ni siquiera sabía cuál había sido el motivo de la discusión de la noche anterior. Estaba intentando recordarlo, cuando se dio cuenta de que ya había llegado a la parada de bus.

Septiembre había empezado mal. El verano se le había ido en un suspiro y ahora, debía de volver al instituto y a las peleas con su madre. Tampoco es que fueran unas peleas titánicas -como las que tenían sus amigas con sus padres- «aunque claro, yo sólo peleo contra uno», pero eran peleas. A ella las peleas, le hacían viajar en el tiempo, le provocaban un dolor intenso en el pecho y luego venían las lágrimas. De rabia, de frustración, de tristeza. Daniela odiaba llorar; pero tras una pelea, ese siempre era el resultado.
Estaba pensando en qué le diría a su madre al volver de clase, cuando en mitad de su ensoñación escuchó un tímido:
—¡Buenos días!
Ahora. En ese preciso momento, la respuesta de Daniela era una sonrisa. Pero ahora, en ese preciso momento, Daniela se había quedado de piedra; mirando al chico que acaba de aparecer en parada de bus.

¿Nunca te ha pasado, que has sido protagonista de un momento, en el que el tiempo se ha detenido? La sensación es muy extraña. Todo parece ralentizarse, incluso tú. Te quedas ahí. Parado. Como si tus pies estuvieran anclados al suelo, como si tus manos pesaran toneladas y como si tu boca se moviera para decir algo, pero tu voz no sale. En ese momento todos parecemos un pez fuera del agua. Más en concreto, el pez de la silicona en los labios. Al menos así es como sentía Dani.

El chico no es que fuera un modelo nunca visto; por lo menos a esas horas era difícil distinguir quién era quién por la calle. El sol estaba siendo más tímido de lo habitual y las luces de las farolas todavía estaban encendidas. Lo que pasa, es que Daniela no estaba acostumbrada a tener compañía.

La madre de Daniela, tras el divorcio, había comprado una casa en una urbanización alejada de la ciudad. Una casa con su jardín, su piscina comunitaria, sus habitaciones grandes y luminosas. Quería disfrutar y que a su hija no le faltara de nada. Además, como la casa era para ellas dos, sobraban algunas habitaciones; y una de ellas había derivado en una biblioteca, donde Dani pasaba horas y horas. Era su escondite. Su lugar secreto.
En la urbanización habían más chavales de su edad y los conocía a todos y ninguno cogía ese autobús. Por eso Daniela se quedo de piedra.

Cuando fue a darle una respuesta, el chaval ya se había deshecho de su mochila, se había sentado y ahora tenía la mirada fija en la acera de enfrente, en la que no había nada. Así que Daniela, no dijo nada... como la acera. Por suerte, para ambos, el autobús hizo su aparición.

Mi primera intención era escribir un relato, de no más de dos páginas, para romper el hielo con lo del concurso. Cuando he querido darme cuenta, llevaba dos páginas y ni siquiera había empezado el relato. Pero bueno, si alguien quiere saber qué le pasa a Daniela, sólo tiene que pedirlo.
Un besote

EDITADO: Por cierto, ya podéis votar en el facebook. Sólo hay un texto pero es genial :) Y la foto, que no la he explicado... de Sailor Moon (de dónde si no)

4 comentarios:

Rebeka October dijo...

Yo...

Yo...

Yo...

Yo quiero saber!!!xD

(con voz de asno en Shrek!!;-)

Mai dijo...

Jajajajaja, que bueno!!!
Joer, llevo toda la mañana sin dejar de reírme :)

Rebeka October dijo...

http://misangrederramada.blogspot.com/2011/07/encuesta.html

Rebeka October dijo...

http://paramisangeles.blogspot.com/