Las personas cambiamos. Sí, puede sonar hasta tópico aburrido; pero si suena así, es porque es así, ¿no?
Hace unos años, por azares de la vida -o por destino, vete tú a saber-, se cruzó en mi vida Manu.
Al principio, sólo eramos dos compañeros de revista separados por miles de kilómetros. Por aquel entonces yo era una fanática de Harry Potter y me pasaba horas chateando con mis Lokas de Hogwarts.
Era fin de semana. Fin de semana y yo en casa. Nunca he sido de salir mucho, la verdad. Eran ya las dos o las tres y me disponía a cerrar el messenger e irme a la cama, cuando Manu me saludó.
Fue un tímido «¿Qué tal?», pero fue el inicio de una conversación que nos cambió la vida. Sí, hablo en plural y con toda la seguridad del mundo. Él lo sabe. Yo también. ¿Por qué negarlo?
Eramos dos desconocidos chateando sobre temas que sólo nos atreveríamos a hablar protegidos por la oscuridad que nos regala la noche. Si he de ser sincera, yo apenas tecleé sobre mí. La situación era tan extraña como familiar. ¿Cuántas veces he sido la que escucha? ¿Cuántas veces me han buscado en busca de un consejo que no podía dar? Desde que soy capaz de recordar, muchas son las personas que me han contado sus secretos con la seguridad de que yo no abriría la boca y, si lo hacía, sabían que me responsabilizaría de las consecuencias.
Puede sonar pedante, pero me gustaba.
Aquella noche fue el inicio de nuestra amistad. Una amistad que no se puede abrazar, que no se puede ir a tomar un café, que no puede hacer lo que hacen el resto de las amistades. Es como la irrealidad de un amor a distancia... la mayoría naufragan. Yo tenía la sensación de que algún día nuestra amistad naufragaría.
He dicho que las personas cambiamos. Pues bien. Me he equivocado. Hay personas que no. Quiero decir, maduran, tropiezan, caen y se levantan. Y vuelta a empezar. Hoy puedo decir alto y claro que tengo el privilegio de conocer a un valiente. A uno de esos que, conoces una vez en tu vida y debes ser listo si no lo quieres perder. Una persona que por mucho que se equivoque, por mucho que caiga, se levanta y sigue luchando, sigue buscando un nuevo sueño cada día. Gana experiencia, pero sigue siendo el mismo.
Un día, decidimos que el messenger no era suficiente; así que pasamos al teléfono. Todos los fines de semana, Manu me llamaba. Ahí estábamos charlando. A veces una hora; otras, un par de minutos. Hasta que un día no llamó.
Me acostumbré a que no sonara el teléfono, igual que me había acostumbrado a que sonara. Pero, cuando quieres a alguien, no importa lo lejos que esté, no importa el tiempo que no habléis.
Hoy el teléfono ha vuelto a sonar. Al principio me he preocupado. No sabía si había pasado algo malo. Pero no. Puede que esta aventura le salga mal, puede que se haya equivocado. Pero si no lo hubiese hecho, no sería Manu. No sería mi tete gallego.
Por eso se que, aunque se tuerza el camino, él sabrá enderezarlo. Como lo ha hecho siempre. Sonriendo, echándole un par de huevos.
Me he sentido extraña y feliz. Extraña porque era como si nunca hubiera dejado de llamarme. Sabía, por el matiz de su voz, de qué me iba a hablar. Feliz porque, nuevamente, compruebo que es verdad. Hay amigos que, por mucho tiempo que paséis sin hablar, lo hacéis como si hubierais estado juntos ayer.
Ay tete, como te he echado de menos.
Por todos esos valientes que le echan un par de huevos/ovarios a la vida y por Amore, que hoy cumple años ;)
Foto: Sesión de retrato para Revelarte. Modelo: Miriam.
1 comentario:
Me alegro de esa llamada que te ha hecho tan feliz!!a veces la vida te da sorpresas inesperadas pero que te ayudan a sonreír...son esas sorpresas con las que tenemos que quedarnos...
Un beso!
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