Queridos cazadores,
Os pido disculpas por mi larga ausencia. Estoy organizando mi boda y casi no tengo ratitos para escribir... Pero eso va a cambiar en una semanita o dos.
¡No os perdáis! ¡No me olvidéis!
Un beso
El caos de Mai
23 nov 2014
21 may 2014
¡¡Mi reino por una hoja en blanco!!
Escribo estas líneas mientras Lluna, mi gata, me mira reojo. Lo hace siempre que me siento delante del PC. Dentro de unos minutos, se levantará, se estirará y, sutilmente, se sentará a mi lado. Me dará cabezadas, diciendo: «Eh, deja de escribir. Estoy aquí. Acaríciame. Mímame».
Lluna sabe, y yo también, que necesito escribir. Y ambas sabemos el porqué.
Todo el mundo habla de llevar una vida saludable. Hacer deporte, comer sano... para tener un cuerpo bien (que no 10) y combatir posibles enfermedades. Nos recuerdan, y yo también, que debemos movernos (los escritores somos un poco sedentarios, pero sólo un poco)
Además del cuerpo sano, nos invitan a tener una mente sana: leer mucho, jugar con el cubo de Rubik, hacer sudokus y sopas de letras...
Yo misma os he invitado a leer enumerando las muchas ventajas para nuestra salud.
¿Y el alma? Me viene a la mente una imagen de Mafalda con una tirita, preguntándose cómo pegarla en el alma.
Hay muchas formas de curar nuestro interior, empezando por generar endorfinas (haciendo ejercicio y otros...) y la que más me gusta a mí: escribir.
Escribir sana.
Cuando era adolescente, sin saberlo, escribía cuando me enfadaba con mi hermano. Escribía todo lo que pensaba, sin censuras, desparramaba todo el coraje y, poco a poco, sin darme cuenta, el enfado desaparecía. Ponía punto y final y echaba el escrito a la basura. Nunca más recordaba la razón de mi enfado (una gran ventaja para mi hermano y para mí)
Con los años, me he dado cuenta de que escribir cura mis heridas y me hace ver las cosas con otro prisma. Así, con la palabra escrita decido qué quiero guardar en mi alma y qué quiero borrar.
Ya lo decía Jordi Sierra i Fabra: «No hay que ir al psiquiatra, hay que escribir».
Así que ya sabéis, os ofrezco mi reino (todo inventado por mí) por una hoja en blanco.
Nos leemos el miércoles, cazadores.
Imagen: tenpointsforgifindor.
Lluna sabe, y yo también, que necesito escribir. Y ambas sabemos el porqué.
Todo el mundo habla de llevar una vida saludable. Hacer deporte, comer sano... para tener un cuerpo bien (que no 10) y combatir posibles enfermedades. Nos recuerdan, y yo también, que debemos movernos (los escritores somos un poco sedentarios, pero sólo un poco)
Además del cuerpo sano, nos invitan a tener una mente sana: leer mucho, jugar con el cubo de Rubik, hacer sudokus y sopas de letras...
Yo misma os he invitado a leer enumerando las muchas ventajas para nuestra salud.
¿Y el alma? Me viene a la mente una imagen de Mafalda con una tirita, preguntándose cómo pegarla en el alma.
Hay muchas formas de curar nuestro interior, empezando por generar endorfinas (haciendo ejercicio y otros...) y la que más me gusta a mí: escribir.
Escribir sana.
Cuando era adolescente, sin saberlo, escribía cuando me enfadaba con mi hermano. Escribía todo lo que pensaba, sin censuras, desparramaba todo el coraje y, poco a poco, sin darme cuenta, el enfado desaparecía. Ponía punto y final y echaba el escrito a la basura. Nunca más recordaba la razón de mi enfado (una gran ventaja para mi hermano y para mí)
Con los años, me he dado cuenta de que escribir cura mis heridas y me hace ver las cosas con otro prisma. Así, con la palabra escrita decido qué quiero guardar en mi alma y qué quiero borrar.
Ya lo decía Jordi Sierra i Fabra: «No hay que ir al psiquiatra, hay que escribir».
Usagi también quiere su hoja en blanco.
Así que ya sabéis, os ofrezco mi reino (todo inventado por mí) por una hoja en blanco.
Nos leemos el miércoles, cazadores.
Imagen: tenpointsforgifindor.
15 may 2014
Entre Stoker y las Brontë
Cazadores,
Como todos sabéis a estas alturas (y si no lo sabéis, no vais a tardar mucho) soy bronteniana. O lo que es lo mismo, una lectora enamorada de las hermanas Brontë (más en concreto de Jane Eyre)
Tenía 17 años cuando, entre los libros que mis tíos habían dejado al marcharse de casa de mis abuelos, encontré un ejemplar de Jane Eyre. Recuerdo sus tapas verdes y como Jane era Juana, Blanche era Blanca y Edward Rochester era Eduardo. Me chirriaba un poco, pero me enamoré de igual forma.
Por aquel entonces yo no lo sabía, pero mi prima Lales era una adicta a las Brontë y más en concreto a Emily Brontë (Cumbres Borrascosas)
Años más tarde, cuando supimos que teníamos ese vínculo, lo fomentamos. Veíamos las adaptaciones, hablábamos de las novelas, de las hermanas, de su vida en Haworth y, un día, nos prometimos que iríamos a los páramos.
Pues bien, ese día llegó y esto es lo que nos ha pasado en ese viaje.
Mi camino empezó mucho antes, cuando me subí al tren que me llevaba a Madrid (mi prima vive allí) Cargada con ropa de invierno y con nervios de más. Pasamos el día de relax, paseando, viendo la tele y, finalmente, viendo la película de Dracula de Bram Stoker (Francis Ford Coppola) Si no la habéis visto, estáis tardando.
A la mañana siguiente, salíamos hacia Manchester, de allí a York y de allí a Towton (famoso pueblo por ser el lugar de una de las batallas de la Guerra las Dos Rosas)
Inglaterra es verde. Verde y, a veces, amarilla. Pero siempre reina el verde. Allí donde mires, verás campos, bosques... y el verde reina.
Y los pueblos son pequeños, con casas de cuento y sí, soy una romantic anglophile.
Visitamos York. Lugar donde nació Guy Fawkes y donde la gente pasea sin prisas, toca música en la calle y encuentras una súper catedral.
Fue un día chulo. De risas, de abrazos de sobrinos guapísimos y de fotos en familia.
Cenamos pronto (es lo que tiene estar en UK) y nos fuimos pronto a dormir. Mi primo nos había dado una sorpresa: a la mañana siguiente iríamos a Whitby.
¿Y por qué Whitby nos gusta tanto? Este viaje ha sido muy bookish. Bram Stoker veraneaba en Whitby. Y fue escenario de inspiración para su novela Dracula.
Tanto Lales como yo, somos muy fans de la novela y de la película de Coppola. Imaginaos cómo nos sentíamos.
En Whitby probé mi primer fish and chips y pasamos un poco de frío. Paseando llegamos hasta el faro. El día era gris, pero los niños jugaban, algunos se sentaban en los bancos, sonriendo, viendo el tiempo pasar; mi prima y yo hacíamos fotos y yo recordaba el soneto de Shakespeare...
Como todos sabéis a estas alturas (y si no lo sabéis, no vais a tardar mucho) soy bronteniana. O lo que es lo mismo, una lectora enamorada de las hermanas Brontë (más en concreto de Jane Eyre)
Tenía 17 años cuando, entre los libros que mis tíos habían dejado al marcharse de casa de mis abuelos, encontré un ejemplar de Jane Eyre. Recuerdo sus tapas verdes y como Jane era Juana, Blanche era Blanca y Edward Rochester era Eduardo. Me chirriaba un poco, pero me enamoré de igual forma.
Por aquel entonces yo no lo sabía, pero mi prima Lales era una adicta a las Brontë y más en concreto a Emily Brontë (Cumbres Borrascosas)
Años más tarde, cuando supimos que teníamos ese vínculo, lo fomentamos. Veíamos las adaptaciones, hablábamos de las novelas, de las hermanas, de su vida en Haworth y, un día, nos prometimos que iríamos a los páramos.
Pues bien, ese día llegó y esto es lo que nos ha pasado en ese viaje.
Mi camino empezó mucho antes, cuando me subí al tren que me llevaba a Madrid (mi prima vive allí) Cargada con ropa de invierno y con nervios de más. Pasamos el día de relax, paseando, viendo la tele y, finalmente, viendo la película de Dracula de Bram Stoker (Francis Ford Coppola) Si no la habéis visto, estáis tardando.
A la mañana siguiente, salíamos hacia Manchester, de allí a York y de allí a Towton (famoso pueblo por ser el lugar de una de las batallas de la Guerra las Dos Rosas)
Inglaterra es verde. Verde y, a veces, amarilla. Pero siempre reina el verde. Allí donde mires, verás campos, bosques... y el verde reina.
Y los pueblos son pequeños, con casas de cuento y sí, soy una romantic anglophile.
Visitamos York. Lugar donde nació Guy Fawkes y donde la gente pasea sin prisas, toca música en la calle y encuentras una súper catedral.
Fue un día chulo. De risas, de abrazos de sobrinos guapísimos y de fotos en familia.
Cenamos pronto (es lo que tiene estar en UK) y nos fuimos pronto a dormir. Mi primo nos había dado una sorpresa: a la mañana siguiente iríamos a Whitby.
¿Y por qué Whitby nos gusta tanto? Este viaje ha sido muy bookish. Bram Stoker veraneaba en Whitby. Y fue escenario de inspiración para su novela Dracula.
Tanto Lales como yo, somos muy fans de la novela y de la película de Coppola. Imaginaos cómo nos sentíamos.
En Whitby probé mi primer fish and chips y pasamos un poco de frío. Paseando llegamos hasta el faro. El día era gris, pero los niños jugaban, algunos se sentaban en los bancos, sonriendo, viendo el tiempo pasar; mi prima y yo hacíamos fotos y yo recordaba el soneto de Shakespeare...
«... no es amor el amor que cambia cuando una alteración encuentra,
O que se adapta con el distanciamiento a distanciarse.
Después de comer, subimos los 199 escalones (mentira, subimos por un atajo) que nos llevaban a la abadía en ruinas.
El verde la Tierra se abre camino en su nave central, no hay rosetones ni vidrieras, no hay un techo que la proteja de la lluvia... pero es tan hermosa. Es grande y aunque esté hecha pedazos, el pensamiento que me vino a la mente, mientras hacía una foto, fue: «Debe ser más bonita cuando las estrellas la cubren».
Cuántas historias, secretos, cuántos amantes se jurarían amor, escondidos tras alguna de sus columnas...
Incluso el Sol hizo un esfuerzo por salir de entre las nubes.
Tras la visita (y reportaje fotográfico) sí que bajamos los 199 escalones y nos mezclamos con los que, como nosotros, habían decidido pasar el día en aquel lugar. Después, hacia a casa porque el día siguiente venía con cargado de sueños.
* * *
El lunes amanecimos temprano, terminamos de hacer la maleta, desayunamos y nos pusimos rumbo a Haworth.
Durante el viaje permanecí en silencio (salvo algún breve comentario) Miraba el verde que nos estaba acompañando durante todo el viaje y en vez de pensar que iba a hacer realidad mi sueño, ¿sabéis qué me pasó? Que mi cabeza terminó la novela. Encontró ese nudo que buscaba y, por fin, el final. Sonreí, mi reflejo en la ventana me devolvió la sonrisa y en ese momento, Lales dijo: «¡Haworth!». Estábamos llegando.
Aparcamos y llegamos a nuestra guest house durante los dos próximos días. Nicholas fue muy educado y amable; me hizo sonreír su intento de conocer nuestra vida.
Nos acompañó a nuestra habitación, nos dijo el horario de desayunos, dejamos las maletas y nos fuimos directos a Brontë Parsonage Museum o, lo que es lo mismo, la casa de las Brontë.
Aunque no lo creáis, cazadores, estaba muy tranquila. Sí, estaba haciendo realidad un sueño, pero estaba serena. Feliz, pero serena.
El jardín de la entrada es grande, lleno de flores y cuidado con esmero. Lo cruzamos en apenas unos pasos y ahí estaba: la puerta abierta.
Entramos, enseñamos las entradas y empezó el recorrido.
Estancia por estancia, reinaba el silencio. Los visitantes hablábamos en voz baja, como quien teme despertar a un bebé que duerme... o como quien no quiere romper la magia.
El despacho del Sr. Brontë, donde escribía sus sermones, donde Emily tocaba el piano. El comedor: está la mecedora de Anne, el sofá donde murió Emily, un retrato idealizado de Charlotte.
La pequeña cocina donde Emily hacía el pan mientras estudiaba alemán. El despacho del Sr. Nicholls (esposo de Charlotte)...
Después nos dirigimos a las escaleras y aroma a flores frescas nos dio la bienvenida. Descansaban en la ventana que daba al jardín interior, está el reloj al que el señor Brontë daba cuerda y una réplica del cuadro que Branwell hizo de sus hermanas y él mismo.
Una vez llegamos a la planta superior, lo primero que encontramos es la habitación de los criados y justo al lado, la de Charlotte.
La habitación de Charlotte es la más grande de la casa. Están expuestos algunos de sus objetos y de sus hermanas, un vestido, unos zapatos... era pequeña, delgada.
Mientras mis ojos se paseaban por aquellos objetos, pensé en Charlotte. En cuántas noches habría leído un capítulo más del libro que estuviese leyendo, cuándo se levantaba, qué hacía, qué pensaba... Y pensé, por qué me importaba tanto una mujer que había muerto más de cien años atrás. Me invadió una tristeza que no he confesado hasta ahora.
Me hubiese gustado hablar con ella, conocerla, pasear con ella por los páramos, leer Jane Eyre cuando lo firmaba Currer Bell. Contarle mis sueños, mis anhelos... como si fuese una hermana.
Después pasé a la habitación de Emily. Pequeña, con tres muebles: la cama, la cómoda y una mecedora.
Antes de ser su habitación, era la estancia de los niños. Allí jugaban, leían, imaginaban y escribían historias.
El dormitorio del sr. Brontë y la cama donde murió su hijo. El estudio de Branwell.
En la siguiente sala exhibían ejemplares de sus novelas dedicadas, cartas, los objetos de costura, de dibujo... en las paredes las frases más famosas de sus historias y juegos para que los más pequeños descubran el mundo de las hermanas Brontë.
Por desgracia, dentro de la casa no podíamos hacer fotos. Nos llevamos el sentimiento, la inspiración, las brumas del tiempo.
Entramos, enseñamos las entradas y empezó el recorrido.
Estancia por estancia, reinaba el silencio. Los visitantes hablábamos en voz baja, como quien teme despertar a un bebé que duerme... o como quien no quiere romper la magia.
El despacho del Sr. Brontë, donde escribía sus sermones, donde Emily tocaba el piano. El comedor: está la mecedora de Anne, el sofá donde murió Emily, un retrato idealizado de Charlotte.
La pequeña cocina donde Emily hacía el pan mientras estudiaba alemán. El despacho del Sr. Nicholls (esposo de Charlotte)...
Después nos dirigimos a las escaleras y aroma a flores frescas nos dio la bienvenida. Descansaban en la ventana que daba al jardín interior, está el reloj al que el señor Brontë daba cuerda y una réplica del cuadro que Branwell hizo de sus hermanas y él mismo.
Una vez llegamos a la planta superior, lo primero que encontramos es la habitación de los criados y justo al lado, la de Charlotte.
La habitación de Charlotte es la más grande de la casa. Están expuestos algunos de sus objetos y de sus hermanas, un vestido, unos zapatos... era pequeña, delgada.
Mientras mis ojos se paseaban por aquellos objetos, pensé en Charlotte. En cuántas noches habría leído un capítulo más del libro que estuviese leyendo, cuándo se levantaba, qué hacía, qué pensaba... Y pensé, por qué me importaba tanto una mujer que había muerto más de cien años atrás. Me invadió una tristeza que no he confesado hasta ahora.
Me hubiese gustado hablar con ella, conocerla, pasear con ella por los páramos, leer Jane Eyre cuando lo firmaba Currer Bell. Contarle mis sueños, mis anhelos... como si fuese una hermana.
Después pasé a la habitación de Emily. Pequeña, con tres muebles: la cama, la cómoda y una mecedora.
Antes de ser su habitación, era la estancia de los niños. Allí jugaban, leían, imaginaban y escribían historias.
El dormitorio del sr. Brontë y la cama donde murió su hijo. El estudio de Branwell.
En la siguiente sala exhibían ejemplares de sus novelas dedicadas, cartas, los objetos de costura, de dibujo... en las paredes las frases más famosas de sus historias y juegos para que los más pequeños descubran el mundo de las hermanas Brontë.
Por desgracia, dentro de la casa no podíamos hacer fotos. Nos llevamos el sentimiento, la inspiración, las brumas del tiempo.
* * *
El sol sale en Yorkshire (en primavera) a las cinco de la mañana, nosotras nos levantamos a las siete y a las nueve ya íbamos camino de Top Withins.
Teniendo en cuenta que el ser humano camino 5km/hora y que nosotras teníamos que recorrer los páramos, subir y bajar... Top Withins está de Haworth a 10 kms y como la mayoría de gente hace rodeos, fotos, etc; tardas 3 horas en ir. Una y media en volver (jejeje)
Nos cruzamos a dos ancianos que nos dijeron que el día nos iba a salir fastidiado, pero salió mejor de lo que creíamos. Con mucho viento, eso sí. Pero si no, no sería Cumbres Borrascosas ;)
Pronto nos encontramos con las puertas tan características de la campiña inglesa (si habéis visto pelis de época, las habéis visto seguro) y nos metimos de lleno en los páramos... incluido el barro.
A veces nos costaba andar por aquella tierra de peregrinaje. Aunque hicimos el camino solas, es un camino que muchos pies han recorrido. Entre tantos pies, los de ellas.
Tras una hora y media de caminata, nos encontramos con las Brontë Falls, el Brontë Bridge y la piedra que parece una silla y donde la leyenda dice que se sentaban para inspirarse: ¡¡¡Me senté!!!
Y otra hora y media después llegamos a Top Withins.
Tengo que destacar que, cuando la vimos, pensamos que tampoco estaba tan lejos. Estaba a una hora y media.
En Top Withins hace MUCHO viento. Es el único sonido en todo el páramo. Los árboles, sin hojas, se agitan violentamente y te sientas y lo miras... y entiendes porque Emily escribió una novela que transcurría en un lugar así.
El camino de vuelta lo hicimos en silencio. Fue un camino distinto al anterior (íbamos haciendo fotos, riendo, hablando...)
Las dos andábamos, sin fijarnos en las señales (ya nos sabíamos el camino), cansadas, pero satisfechas.
Al llegar cerca de una granja con ovejas, le dije a mi prima:
-¡Qué silencio! El silencio de haber cumplido un sueño.
Mi prima me dio la razón.
Cuando llegamos a Haworth, fuimos de compras al museo y... ¡¡Me cagó un cuervo!! Porque sí, en Haworth, en los árboles que hay en el cementerio, hay muchos cuervos. Y el cementerio está al lado de la casa-museo.
Me cagó un cuervo. Reíros. Nosotras lo hicimos.
* * *
Al día siguiente, nuestro viaje llegó a su fin, como esta entrada de blog.
Mientras escribo estas líneas, han pasado siete días y sigo en una nube. Saboreando cada momento, riéndome y pensando que quiero volver. Cuando lo haga, estoy convencida, seré otra Mai. Seré otra porque habré conseguido otro sueño.
Las fotos con créditos @cazadorapalabras están hechas por mi prima.
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