Con un hecho sorpresivo y con un diálogo.
Dentro de la botella había una nota en la que se podía leer:
“Hola. Me llamo Sara y estoy buscando a mi media naranja. ¿Dónde estás?”
Unas líneas más abajo estaba su dirección, su edad y la fecha. Habían pasado dos años desde que Sara había lanzado aquel mensaje en la botella pero, ¿qué diablos? No había recorrido más de ochocientos kilómetros para no llamar a la puerta.
Vaciló un momento, respiró hondo y pulsó el timbre. Se escucharon unos pasos y por fin la puerta que se abría.
Una joven, más o menos de su edad, estaba frente a él. Era preciosa.
-¿Sara?- preguntó.
-Sí- dijo ella con los ojos llenos de curiosidad.
Él levantó la mano que sujetaba el mensaje.
-Te estaba buscando.
-Y yo a ti-dijo ella sonriendo.
Con una frase breve que contiene una información puntual y con una observación mínima.
En los momentos de desolación nos pasábamos enganchadas al teléfono durante horas. Nos animábamos mutuamente. Ella repetía una y otra vez:
-Todo llega. No vamos por el camino recto, damos un rodeo -a veces demasiado largo- pero llegar, llegamos.
De tanto repetirlo, nos lo creíamos. Porque al final, si no crees en tus propios sueños, ¿en qué vas a hacerlo? Por eso nunca nos íbamos a rendir. Aunque la tristeza hiciera mella, aunque la desesperanza nos impidiera ver el camino. Nunca dejaríamos de esforzarnos, nunca dejaríamos de luchar.
[...]
Ella baila con su corazón, nunca con los pies. Sube al escenario, la luz la enfoca como el único ser en la oscuridad, suenan los acordes y el mundo cambia. Se llena de color, de alegría, de música.
Pero cuesta y duele. El sacrificio y el esfuerzo no son los mejores amigos, a veces basta con ellos, pero otras no. Y te preguntas si merece la pena. Si el tiempo que pasas dedicándolo a tu sueño lo merece. Y cuando termina la función y estallan los aplausos de la multitud, lo sabes. Ella baila para si misma y el mundo se postra a sus pies.
Me duelen las manos de tanto aplaudirla. A veces, incluso, lloro y me rio. Le pone tanto empeño, se deja la piel allí arriba. Transmite con su cuerpo y con su rostro lo que yo soy incapaz de transmitir con mis dedos.
Tecleo desesperada y borro, preguntándome si algún día estaré a su altura. Si seré capaz de decir entre líneas, lo que ella dice entre acordes.
-¡Inconstante!- me repite, una y mil veces. Yo me rio, es verdad.
Ella es la que va por el camino recto. Yo soy la que va por el camino tosco, serpenteante y lleno de piedras que yo misma coloco.
No sé cómo empezar mi relato. Tras meditarlo toda la tarde, garabateo en un hoja: “Todo llega. No vamos por el camino recto...”
Sonrío. La hoja ya no está en blanco.
Tras meditarlo mucho, creo que no es justo decir que aveces escribo y no colgar lo que hago. Pero durante mucho tiempo me han avasallado con que debo proteger mis derechos y bla bla bla... y como que le he cogido PÁNICO a la red. Sí, no le tengo miedo a escribir, le tengo miedo a internet jejeje
En fin, que aquí os dejo dos ejercicios de un taller que realicé en Enero y Febrero. Algunos no están completos, porque el objetivo del taller era crear de la cosa más inhóspita un relato o el inicio de un relato. Pero menos da una piedra...
Besotes grandotes
2 comentarios:
Lo que tú nos quieras dar, recibiremos, por eso no te angusties. Aquí lo importante es que uno siga adelante.
Te mando un besito de esos sonoros.
Rebeca.
http://senalesderulo.blogspot.com/2011/06/gigante.html
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